Falta...
tan falto de mi,
no puedes llegarme
irrumpes dentro como un huracán tocando tierra,
fortaleciendo sus aires...
pobre, te falto, profundamente te falto
en el silencio,
te falto,
como una resignación,
te falto,
como el perdón,
arraigado a tus sueños cada noche,
te falto,
y no convocas la carne tranquila que a tu lado respira,
te falto...
como le faltan las piernas al hombre de la limosna,
me falto
y te falto,
conquista austera de la razón...
María Antonia Segarra
Entender?...
No siempre se entiende, siempre he dicho que no es importante entender, no se si alguna vez me he creído esto, tal vez solo es una defensa a la ignorancia, tal vez solo una justificación a lo injustificable… ahora no importa, los días pasan y la oscuridad sigue ahí en el mismo lugar de siempre con su profundo abismo negro apuntándo-me y no tengo salida, no veo el momento venir en donde deje los ojos cerrados de una vez…aunque permanezcan abiertos, a veces solo es un respiro. La verdad… no hay verdad, nunca la habrá, de lo profundo no se habla, del imperio enterrado solo se conserva la sospecha, no hay apuestas a ningún ganador, la sonrisa aflora como un extremo de locura insostenible, terriblemente esculpiéndo-me con esas irregularidades, en los ojos y las manos, imagen muda, y el limite?, llevar un propósito donde la muerte es el mensaje final? Hoy debiera entender que no se vive para morir, sino para matarse, la razón no es válida cuando se superan los árboles y los caminos llenos de hojas, cuando se han visto los paisajes llenos de colores, menos el color de esos ojos hambrientos de verse y sin piel tocarse, todas las palabras como lúgubres agujeros anidando razones, cada una trae consigo la misma cinta anudada a la garganta, sin remedio es el tiempo avanzando sobre la lluvia que borra todo…
Maria Antonia Segarra
Improvisado?...
una piedra sin árbol es como un hombre sin raíz
un hombre sin raíz es como un árbol de piedra
un hombre de piedra es como una raíz sin árbol
etc.
Nos conocimos, nos amamos, nos consumimos y después…
nos convertimos en esto que ahora somos:
seres sin raíces,
árboles sin sombra,
piedras flotantes,
desprendidos del mundo como el gas del olvido…
(Manuel Garcia Cartagena)
de pie...
...
…Y no hay nada que yo pueda hacer,
cada boca permanece cerrada,
ensombrecida por las manos invisibles del abandono,
los ojos perdidos,
los pensamientos en vuelo,
de lejos parece una multitud,
un alocado viento que levanta todo
y la polvareda…
El hilo se escapa de las manos,
una invisible muerte nos acompaña tranquilamente,
el visaje del que se desprende esta por llegar…
María Antonia Segarra
Posesa...
(Este día sin sol es todo mio...) Ginamaria Hidalgo
Yo debía de haber sido como ellas,
lozana las veinticuatro horas del día,
sumisa y obediente desde que amanece hasta que pudiera verterme sobre él.
En las calles no hay una porción de mí,
una sola arritmia de mi temblor fugaz.
Pensaba en el amor como la penitencia,
la rebelión a ser feliz, parida por dentro y por fuera,
con gasas, cubriéndome,
hemos sido lo perpetuo,
lo insignificante,
no hubo una memoria territorial en toda esta conquista de vacíos,
hemos existido solos y desmejorados,
cubiertos y desnudos del deseo mudo…
Caí,
caí de mi de mis manos,
caí desde los pechos erguidos y manoseados,
caí,
estoy cayendo de las rodillas y los sorbos confundidos a media luz,
toda esa maraña de cenizas que han volado y no regresan,
escuché esa voz solitaria que repetía mi nombre,
la voz de la sola,
la voz de mi,
y era yo que me repetía obstinada y distinta,
qué me detenía,
cuántas medallas de valor llevaré colgadas de mi féretro,
pudiera sonreír en medio del pantano,
quitarte como una cosa apolillada y hueca de encima del seibó,
arrumbarte en el sótano y enclaustrar contigo la nada que me diste…
estoy soñando un trueque de viento y fuego,
jamás sostuve ningún bumerán en mis manos…
María Antonia Segarra
Saturación...
Como una roca pesada que anda y que anda aplastándolo todo
Como esa grieta que con el tiempo se agudiza y deteriora más sus estrías
Colgada como un harapo que respira
Sostenida de una brizna de aire seco
Estoy detrás de mí
Sobre mí
Debajo de mí
Acechándome en el silencio
Volcada al revés.
No es puro el aire,
Las venas laten verdosas debajo de la piel…
Tú nunca has mirado estos ojos… oprimidos contra el suelo
Inundados de la cal que degollan los árboles
En mi respira una muerte vieja y cansada
Pensaba que había levantado el velo, parido la luz
la hiel sobre los cuajos del ocaso me recordaba la hora en la inocencia,
la paciencia que tenía conmigo al deshojar la vida que murió,
cuando asfixié ese rostro lila,
SATURACION!
Indescifrable esta lluvia de agonías…
María Antonia Segarra
dic 2009
BlackOut...
Viene consigo arrebujado en un pozo oscuro
Le vi pasar vacilante y descalzo
Detrás del cementerio un perro lamiendo sus partes
Todo acude a un olvido siniestro.
Corría atiborrado de escándalos en sus orejas,
Obstruido y asustado por su sombra,
Es la misma que le acompaña desde la esquina
Vacilante y deforme.
Odia la noche por su reflejo,
Caminar acompañado de la porción oscura de su destino
Arremolinado en su tamaño incierto
Tragando polvo, insectos, ondulante sobre los muros
Huye de su noche repetida
Vivencia dual de la oscuridad
…le ha ofrecido un “blackout” ceremonial.
Maria Antonia Segarra
...porque mis alegrías hoy comienzan contigo...
Edith Piaf... De pie
...
Voy advertida,
Llevo las rosas pálidas
El gotereo de la lluvia
Voy con pasos seguros
Sin aliento
Alguna cosa cruje en el cuello
Es el camino
Oscuro pasar
No es una luz encendida
Es lo opuesto a la mentira
Lleva su ráfaga
Pero todos están muertos
Los árboles cortados y los ríos secos
Sin semilla fértil su paso.
El silencio es fiel
La silueta oculta su desvanecimiento
Maria Antonia Segarra
Tal vez...
Tal vez … si hubiera maldecido y arremetido contras los vientos
Tal vez… si me hubiera enfermado de lujuria y monstruos de soledad
Tal vez… si hubiera mentido…
Una cosa libre sin dirección, un pañuelo, una paja sin peso al viento
Tal vez hubiera sido…
Entrar o salir
Permanecer dentro, permanecer fuera
Yo, culpable de mi
Yo, de mi reflejo
Fue fácil develar mis ojos, resignarme al caparazón que me cubre
Tal vez… nada
Tal vez… casi todo
Una roca es milenaria en el mismo lugar, sus boronas se arrojan al vacío
comprimiéndose con el tiempo hasta desaparecer sin dejar rastro,
Tal vez… este frío a todo
Tal vez… la media compañía de las manos
Oscuro cuarto del deseo, cuando las sombras me acariciaban
y era mi voz, la única voz…
Maria Antonia Segarra
Mordiendo por las Calles a los Hombres que se Aman...
Algunas palabras para perder la vía,
algunas palabras, que no falten palabras,
quiero saber
el lugar
que
ocupa
mi
odio, quiero saber dónde se puede encontrar
una tienda del mejor
de los vinos
del vaso de la palabra.
Atentos al dolor, sí, sí,
atentos al dolor como en los huesos poderosos de mis
piernas,
atentos al regreso de los hombros
o la tierra hacia las ascuas.
Quiero saber cómo se cae a las llamas,
cómo se cae a la hoguera alta
y doble del
dolor mejor de todo dolor. Yo soy
un ángel falto de recursos, no me mires, voy
hecho lentamente
con el corazón pobre de pobreza de ángel,
con la indigencia en el centro
atento
como un noble mensajero del error
al dolor
de los mamíferos.
Cómo se me vierte el fuego en la raíz
de la lengua y la carne
empieza a oler a campana que no cesa. Es terrible,
es terrible
no conocer el mundo de las aves inferiores,
sus migraciones, vuelos,
averías, de las cornejas tan útiles, de las
golondrinas ignorantes y ciegas,
de las gaviotas tristes como
otoños.
Mirad, mirad, es tan terrible esto,
yo creo adivinar la sangre de
los míos, es larga, aguda, cruel, se necesitan
trajes
para verlo. Como mi sangre
que va
mordiendo viñas, que va
mordiendo
cuerpos, que va con dientes y con sangre
mordiendo por las calles a los hombres que se aman
saliendo de los cines.
Yo vivo en una ciudad pétrea y
a veces
somos pasos.
Se pueden ver arrastrando a nadie,
se pueden ver
lustrosas cabelleras,
tres o cuatro pasos solos,
duros,
precisamente amargos golpeando
la tarde y las cenizas
brillantes
como lluvia.
Y las mujeres que cuento en mi cabeza, que recuento,
que olvido,
sus vestidos azules que tendré que colgar, sus
dolorosas manos, vírgenes verdaderas.
Las mujeres que mi madre me abrió para que no empezase
todos los versos con su nombre. Para que no empezase
todos los versos con su vidrio de nombre.
Todas las mujeres que
recuerdo
buscando un duro cuenco donde albergar el vientre.
Todas las mujeres que mi madre me abrió.
Pero perdón, el mundo.
Pero perdón, la noche de los gendarmes
que me araña el pezón
Y me pide consuelo.
Todo eso, perdón, yo soy
un ángel.
Mi odio es infinito.
Mi odio espera el odio con olor a mantel
y derramado vinagre, ese odio
que se mea en el tacón de las bibliotecarias
hasta que nacen lirios
y la tierra empantana los taxis vigilando
una escuela.
Sí que conozco esa lluvia de dolor,
sí que conozco esa muñeca herida por el odio.
Y a veces las alas comienzan
a pesarme
y sobrevuelo el polvo
porque más allá de la muerte, más allá de la muerte
mi odio seguirá repoblando los bosques.
Puedo pensar que no, y entonces
hay un árbol.
Como un número blanco, como una ola de algas
tu cuerpo
largo y libre, algo lejano y mío, mío
hasta el desastre.
Un árbol con su techo delante de mi alma.
Será merced a mi alma que se va
con el primer ingrato de septiembre
o la milicia
que no espera
por una vez, por una sola vez,
para meterme en tu lengua ávida y rota
y perdonar al circo tanto asunto de valor,
tanto temblor,
tanta ruina con leones despeinados.
Mi amor, si digo esto mis ojos
crecen y
sonrío
pero, mi amor, si digo esto tu boca se parece a una tribu
roja que golpea cristales
y es el olor de las amigas que amé
tanto
detrás de un cementerio.
Mi amor, mi amor, y como este cuerpo que toco
alguna vez
una alegría sin centro me despierta en la noche
que no termina aún, que no acaba
y todo se ve azul
hasta morir
y yo habría de tener hierro en las manos
y quedarme. Tener
los pies, los días, las orejas,
los pechos y las alas
con hierro
y quedarme.
Esta es una canción desaparecida
para cantar con los brazos extendidos y los ojos
cerrados
y las rodillas
en el fango tormentoso de la culpa
mientras cae una lluvia de arcos y volutas milenarias.
Es más dulce mi cuerpo;
aquí está con medallas y
caderas, con el verbo del tabaco y la hojarasca.
Es más dulce
así
con huellas diminutas de dientes de ave viva
en mi sexo como una ropa
antigua que devora
la sal, en los pechos enanos como pruebas, retenidos
y aún distantes, enemigos para siempre,
y en la cintura que ardió
con muertos, barricadas, botellas,
armaduras
y un almanaque inútil con la fecha del ocho
y los niños del valle, los perros y las cañas.
Ven, amor, a degollar conejos encima de mis
nalgas.
cuánto tiempo he de esperar, cuánto tiempo
he de esperar.
Además
el silencio de la tierra que
no dice
palabras, que no dice
estertor,
que no dice
colegio ni cita mayo alguno.
Cuánto tiempo he de esperar.
Luisa Castro
De “Los versos del Eunuco” 1986
Reflexiones Hipnagógicas...
Imposibilidad del amor turco,
del amor que se arrecia en una estampa de niña desnutrida,
en un candente gesto de impotencia acribillada,
en la necedad y en lo vacío de unas muertes gratuitas
con su odio de vejeces aceleradas bajo la tristeza más simple
que se nos iba perdiendo -otro abandono más para nuestras vidas
sin lirismo.
Porque es lo inaudito
amarse en las basuras de una noche de viento
confundiéndonos del delirio infantil
y perverso de los gatos, contagiando
nuestros cabellos de la perfección y
la morosidad de la piel de las patatas,
embelleciéndonos los trajes con el contacto de la sangre
púber
que derrocha este desorden nocturno de finales de guerra
y destrozos humanos.
Punto. El viento.
II
Para encontrar pronto la Henoc robustecida de tu estrofa
donde también tenga cabida el amor en toda su vastedad
de azules.
Temprano es una palabra no muy bella que exige mujeres
repentinas y constelaciones espontáneas.
Quizá no sea preciso hablar de una truncada estrella
en las alcobas cuando algún crimen corrobora
la lentitud y la paciencia de unas medias desmayadas sobre
el suelo.
Y luego el acento agudo de tu risa tónica
clavándoseme en unas sangres que destila mi tristeza
atareada con las cosas más urgentes
desbaratándome un verso con su imprudencia de pájaro
cosiéndome los labios a pares suicidas
mutilándolos para lo más dulce,
negándoles tus arañas.
III
Sobre ti, sobre todo. Sobre lo que es locura
sobre todo en las mañanas necesarias del deseo,
en los tilos de un amor que se recupera de la desmesura
con un desayuno tardío
y el final de una historia mal mecanografiada de niños de ayer
que aún no sé, no sabes, si se han muerto, si van a
comprar la libertad de su poema
o si tienen que vivir
para una madre enferma de naufragios;
la historia siempre interrumpida por la inminencia
del dolor o del placer oscuro de los cuerpos,
la historia siempre interrumpida,
la historia siempre, siempre. Al final
siempre aquella cosa del término y el cierre,
la clausura,
el final.
IV
Pero ahora vamos cayéndonos en este desagravio de las fuerzas
y una ordenación de paralelas fijas
entreteje nuestros tiempos
señalados, abocados a la causa de las calles más anónimas
y mares y atmósferas tumultuosas y suburbios de palabras,
arrabales de gestos imprecisos, atajos peligrosos de llegar
antes de las diez para atrapar las primeras uvas
que desgaja el día.
Es la guerra, ya.
Atiende, esta es la hora
propicia
para decir cosas como levántate, te amo, es tarde,
mi amor, qué tomas, sólo queda café y leche,
y cómo
nos queremos, decir no quieres más, estás cansado,
mi amor, mi amor, atiende,
son ya las diez
(cómo te maldigo),
la guerra ahí afuera,
y tú, etcétera, márchate.
V
Habremos de volver, en todo caso, a la espesura,
a la concatenación de los días,
purgándonos el alma con dos soles de amianto,
haciéndonos las uñas con una suavidad de oficio
sin quebrantar las reglas de la moral que presiden los retratos
blanquinegros de las casas.
Volveremos siempre,
aunque sea cierto que nunca se retorna,
aunque Nietzsche tenga o no la razón,
y nosotros
(indefensas criaturas de la fonética más ardua)
no sepamos escribirles el nombre a los filósofos, no sepamos
consumir
el goteo milenario y lentísimo de las estalagmitas,
aunque afuera, en el río callejero de los claxons
nos aturda un viento claro de poniente,
una confusión
de abreviaturas y escaparates.
VI
Pero ¿es necesario que te ausentes para el hambre?
No, dime que no como se dicen las canciones, t
dí no como una canción apenas retenida,
duda no para que la canción sea más lírica y
romance.
No vamos a volver al filo estrecho de los meses,
no vamos a ser la estatua de sal,
la mujer de Lot,
la destrucción de un renunciar,
de un abdicar,
de una puerta maltratada.
Y el abandono delante de las ventanas encendidas,
el abandono de un hombre-sombra borrado de la historia,
un hombre que apenas es objeto oscuro, macizo,
recortado, opaco, impenetrable
tras la luz que desbarata y obstruye
los sentidos,
la luz mortificante de ver cosas,
la luz que destruye y minimiza
el horror
de ser un ave bajo tierra.
VII
Es mejor, mi amor, el cuarto oscuro de los juegos
malogrados de la infancia.
dejemos los mediodías abiertos para los últimos
pobladores de la noche,
apenas Se te ve ya entre tanto rayo creador
y tanta renuncia de larvas.
Renunciar es esto.
Un temblor de temores bajando las escaleras,
cayendo hacia los portales barridos
y solitarios,
un agolpamiento de polvo, de tierra fértil y de
frutos dibujados en el movimiento súbito
de tu paso meteórico y fugaz
como Una ausencia de niños pálidos.
Tanto hueco.
Ausentarse es esto.
Así,
es mejor, mi amor, el cuarto oscuro de los juegos
aunque tu recorrido dure lo que duran las abejas.
VIII
Cómo he de decirte que vengo de beber de tus sequías,
cómo voy a contarte mi febril búsqueda de rastros
en tu cuerpo abandonado.
Otra cosa es la lluvia y los morteros patriarcales,
las herencias seculares de comerse una manzana,
las costumbres y atavismos de monedas insectívoras,
tu rostro adaptado a la geografía universal del hombre ameba.
Pero llego y se te borran los ojos,
las crines
de semental confuso se te vuelan
y ya no quedan en la superficie de tu cuerpo
estigmas de raza, edad, sexo o condena a muerte
y sólo eres ya una cosa rosa mate de pesada traslación
e ingente abrazo.
Eres únicamente una carne ciega y útil,
una carne abierta que maneja mis palabras,
carne viva, animal puro, sin timbre humano,
aproximándose al ser-latido, al primer peldaño de tu
génesis
violácea,
recordando el primer árbol, la primera gota,
el primer silencio.
Y entonces es cuando te amo, ciertamente.
No hay un amor suicida para cada minuto de cada catástrofe,
otra cosa es el olor que dejas en los pasillos
cuando es necesario que te vayas a la guerra,
mi amor,
a la guerra callejera del inmueble y la agonía.
Ah, el amor de nunca
retenido en los estantes suntuosos de la tradición amable,
pisado de polvo, arañado, entristecido,
apenas soleado, a una esquina de la muerte,
alguna vez te diré que no me angustia
este amor tártaro,
que solamente preciso de tu cálida carne siberiana.
De “Odisea definitiva” 1984
One Art... (Un Arte)
The art of losing isn't hard to master;
so many things seem filled with the intent
to be lost that their loss is no disaster.
Lose something every day. Accept the fluster
of lost door keys, the hour badly spent.
The art of losing isn't hard to master.
Then practice losing farther, losing faster:
places, and names, and where it was you meant
to travel. None of these will bring disaster.
I lost my mother's watch. And look! my last, or
next-to-last, of three loved houses went.
The art of losing isn't hard to master.
I lost two cities, lovely ones. And, vaster,
some realms I owned, two rivers, a continent.
I miss them, but it wasn't a disaster.
I love) I shan't have lied. It's evident
the art of losing's not too hard to master
though it may look like (Write it!) like disaster.
Elizabeth Bishop
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El arte de perder no es muy difícil;
tantas cosas contienen el germen
de la pérdida, pero perderlas no es un desastre.
Pierde algo cada día. Acepta la inquietud de perder
las llaves de las puertas, la horas malgastadas.
El arte de perder no es muy difícil.
Después intenta perder lejana, rápidamente:
lugares, y nombres, y la escala siguiente
de tu viaje. Nada de eso será un desastre.
Perdí el reloj de mi madre. ¡Y mira! desaparecieron
la última o la penúltima de mis tres queridas casas.
El arte de perder no es muy difícil.
Perdí dos ciudades entrañables. Y un inmenso
reino que era mío, dos ríos y un continente.
Los extraño, pero no ha sido un desastre.
Ni aun perdiéndote a ti (la cariñosa voz, el gesto
que amo) me podré engañar. Es evidente
que el arte de perder no es muy difícil,
aunque pueda parecer (¡escríbelo!) un desastre.
Elizabeth Bishop