El prefacio anunciaba cosas nuevas,
altas soledades,
profundos abismos,
encantamientos a unicornios ofrecidos
y todo rodeado de grandes elevaciones de perdón.
De qué me sirven estos ojos húmedos...
La boca en su murmullo de cosa olvidada...
me despiertan nuestros niños muertos en las sábanas,
la enorme sombra que se echa sobre mi,
dejándome seca y casi arrodillada de vergüenza.
Los días tan espesos me dejan escapar hacia lo que huyo:
ese trueno vespertino que imita las soledades de tus dedos,
es el trance del cuerpo engañado,
y los odios cantan su victoria sobre Dios...
yo no me tengo.
Yo me perdí en esas arrugas de las telas,
donde gotea tu semen espeso y lento...
aquí es tan difícil decir del amanecer...
voy cortándome los trocitos de vida
y repartiéndolo a los niños que les falta el desayuno...
No pudimos tener la estrella,
tampoco una piedra donde sepultarnos intactos del tiempo,
es preciso que nos arruinemos el sueño ignoto del cuerpo,
tajadas anchas de recuerdos inservibles...

Ya se acercan las seis...

María Antonia Segarra

(...)

No sé qué es este frio de evidencias demoradas, lo que vino con la noche a pernoctar debajo de mi sangre, cuando en el abismo gritaban las voces de nunca...