Quedan esas lámparas apagadas...




Quedan esas lámparas apagadas
Ese desierto de aceite perfumado
Lo que puse sobre la cama y su silueta
He venido de aquellos pasos

Yo, que dije, hice y pude
Yo, muriendo como todos
Y la niña que me ve y me sonríe
cortándome el cabello y quiere jugar

Quedan las novicias,  sus cantos y rosarios
pero a ciegas, tocando las paredes
ya no sé que fue del camino
de aquel incendio no quedó nada
todos los cuerpos quedaron desnudos
Y son lo que fueron siempre detrás de las cortinas

Para qué hablar de su escondite pútrido
a mi alrededor las lámparas se balancean
con el viento
y suenan como cascabeles

y están apagadas…

Ella III

Es terrible conocerla, acercarse y percibir su aliento como un volcán, angustioso oír sus sueños, un profundo abismo, la ceguera en esos días de lluvia, cuando arrima el alma al hueco.

Una mariposa descentrada con su vuelo mágico detrás de las puertas...
Y su silencio... de noche lenta, de pasos viejos, un silencio oculto en sus cabellos milenarios, un silencio de beso largo, de caricia en espera.

La he visto sonreír y desdibujarse como el humo cansino desde los labios.  A veces le grito para espantarle la muerte de los sueños, le tomo de las manos para ocultar el frío de sus dedos, cuido de sus ojos.  Ella me pide el abandono, se arrodilla para implorar el abandono de su cuerpo, de este lenguaje hueco que no pare más, se maldice como a una hereje, suplica en otredad, por su vida, por lo que no puede decir, por todo aquello que se vierte a su alrededor.

Y sufre su propio lenguaje, la desesperación del lenguaje ocluido en el alma, temeroso de naufragar al primer intento de nado.  He olvidado ya su nombre, abrazada a ella he olvidado su rostro, solo siento su perfume y se va con el viento.  Dice un nombre suave, muy bajo, muy bajo, a veces imperceptible como si quisiera guardarlo en secreto consigo misma... y es un niño que la visita con cara de ángel, le acaricia los brazos y le sonríe, es él quien la cuida de sí misma y sus pasiones, lo he escuchado cantarle de madrugada, para calmar el demonio de su mente que la atormenta...

Ella ya olvidó el camino, se ha quedado quieta junto a la vera.

Maria Antonia Segarra