“Solo las palabras simples maduran por si mismas”…Lao Tse
I
Muy cerca, la luz.
El prado envejece y se aleja.
La brisa nos atrae.
El recuerdo y el otoño
Bordean la pira.
II
Se viaja aún la consecuencia.
El hombre se vuelve y es un eco.
Se oculta el paisaje:
Un vago rumor que viaja.
III
El áspid engulle las horas,
La redoma, el paso oculto
Y el qué será.
Se cierra el portón:
El silencio prolonga la ausencia.
IV
“Ahora” –dijo el hombre.
Envejece la voz
Y el árbol florido del ahora.
Nada intacto queda,
Ni siquiera lo humano.
Nadie dio luz a esa voz
Que ardiente se rebela.
V
Abro la puerta que da al patio-
Oigo y desoigo el silencio herido.
Oigo el silencio de las ramas,
En él me oigo silenciar la mañana.
VI
No augura quien árido respira, es.
Cuando se yergue el presente,
La tarde se ha ido.
Las olas roen y respiramos.
En los bordes todo avanza
Y en las inmediaciones un instante
Subjuntivamente distante.
VII
(Música)
El clarinete azul
Y el tambor de los sueños trenzados
-al oído-: el cielo.
Las estrellas en mis ojos alumbran
En amores,
El cuerpo ahogado agitando el camino.
(Esa inmensa música, cada día, es un delirio.)
VIII
No hay postal
Y si la hubo nada vi.
Incensar.
Cada día, la luz y la sombra.
La manera se confirma:
Uno va sin regreso.
IX
Dándote –se agiganta la luz-
El naufragio en las lágrimas
Y la muerte en la entrega.
Dándote –imaginando el regreso-
La premura en el almendro.
No niegas otro laurel el verme.
Dándote –todo darte-
Sufro en la entrega.
X
El ángel sube,
La voz en el estanque manchado de hojas.
El reflejo en la quietud da sombra al aire.
Nos iremos en las hojas desteñidas
-vestigio que el agua arroja-.
La simiente en otro florece,
-se humaniza el ángel-
Y la luz redobla en el aire las miradas.
XI
En el campanario las aves del laúd. Estremecido el año,
Tiene mil rostros. Otros palparon lo mismo
-en tierra firme-, la mudez en la mirada.
Regresan las aves, tañen en el mismo año,
Tienen mil rostros.
XII
Los ojos del mar se sosiegan en mi casa.
Resulta monstruoso el azul turquesa
Y nos tendemos en las algas.
(Su espumosa luz nos vence.)
La visión permuta en los rincones
-cantamos en la huída-
Cuando se burla la imaginaria razón.
XIII
Los niños –seducidos- rinden tributo
Al mar en la risa.
(EL CARTEL DE LA TARDE)
Alguien sirve almendras vinosas,
Dulces a pesar de la sal y el yodo.
El resol, escritura que los niños
Ignorarán siempre.
Rosal de espuma –veinte años después-
No son artesanos de la risa en el recuerdo.
(SENTADO EL DOMINGO RETOMO,
VEINTE AÑOS ATRÁS)
XIV
Se repite –nada certero-.
No hay culpa.
Algo que disuelve en la esfera
Sin que escape la orden de la red.
La mariposa en la fuente, oscura
Y sin dueño.
(En la red, el símbolo).
XV
Daría suerte la oculta verdad,
En el sueño seríamos menos.
Si de suerte se embistieran las barcas
Habría ritos en la playa
Y amor en los hoteles.
El mar no sería indeciso,
Donde los muertos descansen.
Mejor destrozar la pelvis –cara- al cielo
Y deambulen sin ofrenda ni afeite,
Como el primer cadáver.
XVI
Orgulloso, olvidó el ayer
Y quiso entrenar la arrogancia
En la vanidad de las letras.
Ansioso, obligó a las Musas
A los ritmos pastorales
Y esgrimió el viento en época de Homero.
Se deleitó viendo morir
Y cantar quiso viejas églogas.
-Habían voces…también ecos-.
Al fin sació la verdad de ser el mejor.
Doblaron campanas sin cortejo;
Olvidó de sí el ayer
Y quiso entrenar la arrogancia
En la vanidad de las letras.
XVII
Se puede escuchar, indudablemente,
Como si no lo hicieran.
Atentos, sellaron sus labios;
Antes rieron y contaron historias.
Hoy escuchan al dormir, sin visión alguna.
Te oyen lo inefable mientras los escuchas soñar.
Se puede escuchar, indudablemente,
Como si no lo hicieran.
XVIII
El silencio acrisolaba los objetos
Emergiendo de la tierra.
Vi el cortejo, era hermoso en el mar.
Lo vi en el umbral del sueño
Mientras miraba la flor.
El silencio acrisolaba los objetos
Emergiendo de la tierra.
XIX
De muerte azuzando el retiro en el mar.
Queda la barca, nostálgica y triste.
De silencio con prontitud
El amor cae en la muerte.
XX
Fuero días en el ánimo de los labios.
Agreste sensación.
Los ojos aspirando el rojizo
Y la piel amarillenta – una flor herida.
La noche se fue quedando en sus ojos –
Se fue amando a Dios la tía.
Vino su barca – y en lo alto un ardiente sol – .
Días cenicientos bajo el rigor de la quietud
XXI
Bendita en la solter161a
Y de cielo en cielo la gloria
-imagino la alegría-.
Bendita en la lenteja de Dios
Donde muchedumbre fue el pez.
Plácidamente leía el Sermón
El ángel sobre el demonio, venciéndole.
Bendita ante la insistencia del gesto
Y los gusanos.
(Hubo de cavar en la memoria
Los que de alegría no ven.)
XXII
El amor se orilla en la saeta
Y el día culmina con la muerte.
De la cruz el silencio muestra
La grandeza y la miseria.
La noche vela el haber sido
Mientras se alejan los peregrinos.
XXIII
Son diáfanos los objetos.
La sensación es infinita.
Claro, ignoro que doy
La mayor cualidad a lo mirado.
En la primera, se reflejan en mí.
En la segunda, soy quien gobierna
El infierno o el paraíso que se refleja
Más allá de mí.
XXIV
Ayer murió el viejo.
Dicen que ahogar quiso a su mujer
Mientras agonizaba.
La amaba tanto.
Era tedio y repetición.
XXVI
Si toco la puerta tiemblo
-quietud en la ceniza - .
Después habrá de tocar, no ahora,
Infiniquitarse –o mañana-
Mientras cae la aurora.
Si tocar pudiera no retiraría
-a pesar del dolor- los sueños.
Evoco tocar, aunque muera la vanidad.
Dicen los que aún no regresan
Que la sensación es pura perturbación.
XXVII
Regresó más ardiente – dijo-
Al mirar el olvido.
No reparó en la sentencia.
La desesperación vino al seguir la voz.
No había nadie que pudiera retener
Semejante orden.
XXVIII
Algo de luz procesaba el encanto.
El crepúsculo era un ave en la mirada distante.
XXIX
De gris la lluvia en la tarde
(no era una tarde de lluvia),
Sino de gris vestía la tarde,.
Entre sus criaturas había un saxofonista
De nubes bajas que elevaba el alma.
La gente ignora el gris de la tarde:
Un escarabajo solfeaba en el corazón.
XXX
Sonó el artefacto.
La niña miraba la flor
Mientras se perdía la casa.
Alguien la vio subir y caer
Mientras subía el ataúd de la flor.
XXXI
Sobre la noche navegan los rateros
Despacio en el recodo.
Viajan los peces contra la barca
Inmóviles en la oscuridad
Mientras se vela lo irremediable
Nadie quiere recordar.
XXXII
Un muro
Y no para de llover.
Cavamos en el lodo y brillan las hojas
Intensamente verdes, mudas prefiguran el cielo.
Empapados, inconscientes, rodando…
Tememos ser caudalosos.
Nos acompañan la soledad y el pensamiento
Y no queremos saber donde llega
El airado frío.
Asusta el torrente. Razón para despedirnos,
Por si no nos acompaña la suerte.
XXXIII
Da fruto la lluvia en el alma.
Crece inhóspita y salvaje
En su calabozo de tierra.
XXXIV
No es terror mi ausencia
-candil desbordado-
El espasmo en el instante.
Hay que agregar la magia
-el redoble en el fenómeno-
De no memorizar la mano en la sombra,
Lo inesperado concita el asombro.
Es más que obsequiarse después del susto
La silueta de lo que pudo en el olvido.
XXXV
Debajo del almendro.
Dulces sombras del verano
Ocupa su resorte el instante
Donde las mariposas armonizan.
Debajo del almendro
El cielo agujereado por las nubes
Donde duerme un joven aterciopelado
Por la luz y el silencio.
XXXVI
Dando vuelta atrás los años.
Claro en lo acontecido dentro
El arrepentimiento en lo que se hizo
Y no se pudo.
En los ojos la huella y, en cada vuelta,
El bastón cae y retumba. Mi padre, incómodo,
Pide a la inutilidad de los años
Un poco de anhelos al instante.
XXXVII
Quizás ahora, indecisa una tormenta
En las hojas crispadas.
Quizás puedas decidirte
Entre papeles y cigarrillos
Rezagado por tu llegada. ALGO PUEDE después
Recatarse en la entrega, intacta,
Que no resiste la lejanía
Que espera y exige el perdón en sus labios.
(Víctor Bidó)