Demasiado:
ser otro, patético, aparente, restringido, incoherente, dios sin argumento,
reflejo en un charco de cemento. Ese es el anzuelo que mordieron. Etiquetados y
clasificados bajo un riguroso y previsible inventario. Doctorados en un
estricto abecedario, todos con sus correspondientes himnos y uniformes.
Esgrimiendo un gesto plastificado acorde a cada actitud. A cada convenio. Y a
cada insignia. Un círculo vicioso de autómatas reproduciéndose
sistemáticamente, bajo obediencia debida, en cada tic nervioso del más sagrado
de los dogmas
Ya no
sientes la brisa ni el vasto océano de tan ocupado que te encuentras tratando
de agujerearle la ilusión a los demás, tratando de remendarle los agujeros a
ese sueño impotente que ya no quiere soñar contigo. Planeaste aquel momento
hasta en la oscuridad invisible de tus ambiciones diarias, te empeñaste en
construir un lúgubre castillo de glorias inciertas a costa de los demás,
robaste un par de ideas de algunos nobles mensajeros y saliste disfrazado con
alguna dudosa creencia bajo el brazo que tus actos ni siquiera pueden
justificar.
Tu mente es
el castigo mismo de una epiléptica madriguera de arácnidos hambrientos y el
delirio de tu grandeza. Ni el más suicida de los pensamientos se compara con
esa retorcida obsesión mental. Ni el más ruin de los dictadores ideó tanta
miseria. Todo en nombre de los cochinos dedos de tu mente, que desde el fango
más denso no paran arrojar al aire esos dardos de infante, inútiles por más
viles que sean.