Muriel Mujaimovich


Demasiado: ser otro, patético, aparente, restringido, incoherente, dios sin argumento, reflejo en un charco de cemento. Ese es el anzuelo que mordieron. Etiquetados y clasificados bajo un riguroso y previsible inventario. Doctorados en un estricto abecedario, todos con sus correspondientes himnos y uniformes. Esgrimiendo un gesto plastificado acorde a cada actitud. A cada convenio. Y a cada insignia. Un círculo vicioso de autómatas reproduciéndose sistemáticamente, bajo obediencia debida, en cada tic nervioso del más sagrado de los dogmas

Ya no sientes la brisa ni el vasto océano de tan ocupado que te encuentras tratando de agujerearle la ilusión a los demás, tratando de remendarle los agujeros a ese sueño impotente que ya no quiere soñar contigo. Planeaste aquel momento hasta en la oscuridad invisible de tus ambiciones diarias, te empeñaste en construir un lúgubre castillo de glorias inciertas a costa de los demás, robaste un par de ideas de algunos nobles mensajeros y saliste disfrazado con alguna dudosa creencia bajo el brazo que tus actos ni siquiera pueden justificar.


Tu mente es el castigo mismo de una epiléptica madriguera de arácnidos hambrientos y el delirio de tu grandeza. Ni el más suicida de los pensamientos se compara con esa retorcida obsesión mental. Ni el más ruin de los dictadores ideó tanta miseria. Todo en nombre de los cochinos dedos de tu mente, que desde el fango más denso no paran arrojar al aire esos dardos de infante, inútiles por más viles que sean.