Desde esta ventana me acudo
presurosa, como si no me conociera, la piel limpia de cicatrices, aglutinada
sobre mí, viendo el paisaje deshecho de los días, los que pasaron, los que no
pasaron. Tengo un tiempo de sol que adormece, un invierno siempre que late
sobre las manos y los muslos, es temprano cuando se piensa en la muerte y un
reloj tardío para la esperanza…
Ese largo rio que sueño,
y
corre…
y lleva un cuerpo desnudo.
Me vi detrás de las puertas,
con la niña de la mano, velando un niño.
Un día, todo en un día,. Una vida trepidante que corre hacia la montaña;
encontré los ojos del amor, verdes como esmeraldas.
Mil manos sobando el mismo
falo acudido en su muerte prematura, pero yo le sé el destino, yo le he parido todos
los hijos de la luz en la sombra, leguas y leguas de amor inservible, piedras
manchadas de un rio blanquecino.
No hay puertas en el desierto,
tú, desierto y ajeno, sin cara y sin mirada, roto de vacío y parte irreductible
de lo que ya no queda.
Y terribles y azorados fuimos a
los templos, agarrados de las manos, veníamos como cocuyos a esperar el ceremonial de las novicias.
Sueño con el rio largo,
y corre,
y lleva un cuerpo desnudo.
Cómo habitarme si ya estoy
ocupada de sien a sien, transitada como una calle…
Vengo de un augurio de mil
formas, de un esqueleto blando, cubierto de otra carne cuando tropieza la
noche…