Me destrozó la espera inútil de todo, que al final fue nada,
el incesante pasear de un lado a otro comenzando erguida y
terminando con las rodillas en el suelo...
todo ese arcoiris confuso de colores oscuros,
la traición de las manos y los rieles de los ojos,
toda la conspiración magistral del abismo...
como un té paciente y reposado en la tarde de un domingo común.
Argumentos repetidos
la ostentosa creencia de que alguna vez, algún cambio vendría
y nombrara de cerca el asomo de un nombre olvidado,
todo lo que escupiría mi cerebro lacerado.
Algún suceso imaginario me salvaría de la muerte,
aquella oración, que vendría de las novicias asustadas,
las que esperanzadas, descubrieron su espera vestidas de novia,
enfiladas a Dios...
No tengo adiós ni bienvenidas,
no hay asueto de días sucesivos al desastre.
Lo que me traduce en nada: un reflejo invisible en el espejo...

María Antonia Segarra