Se la llevaron en el carro negro y cerrado, se la llevaron quieta y dormida, fría y sosegada, era la primavera y el viento había secado la humedad, yo la vi partir, el silencio, la bufanda que se me escapaba y tapaba mi boca, yo la vi partir desde el decimosegundo escalón de aquel lugar donde hablé para ella, la vi partir acompañada de flores, la vi partir acompañada de la niña que la miraba a sus grandes ojos verdes y le hacia bromas para no comer. La acompañaron los días de San Andrés, no se marcho sola, solo iba durmiendo, le acompañaban tantas cosas: el río, su soledad, su eterna tristeza que me dejó como un legado, la acompañó el silencio de las tardes, mientras cosía muñecas de trapo. Yo la vi partir, hundida en ella, su deseo de muerte que la alumbraba, se fue porque no quería quedarse, porque la carne ya no soportaba más aquella letanía de abandono y pequeños tropezones de corazón, yo no quiero pensarla, hubiera preferido comprender el río, ser yo la niña que hubiera tomado su mano y no hubiera corrido, yo la vi partir, oculta, sus ojos verdes tan cristalinos ahora no los veo, ni me asustarán diciendo que vendría después de muerta a prepararme mi leche todas las noches…
(Maria Antonia Segarra)