Siempre he tenido la muerte de visita
Como una constante realidad que me sobrevive cada día,
Ahora he tomado del rocío la medicina natural,
La carne que se queda dentro de la esencia de las manos,
La muerte me mira de reojo por las rendijas que han quedado fuera,
He caminado por la salvación de mis huesos,
Atribuí la carreta de las desdobladas cenicientas a un tiempo inservible,
Ahogué el deseo de las manos,
Abofeteando mejillas dentro de mi escote,

¿Por qué acumular delicias en alegrías pasajeras?,

El agrio cimiento de las palabras
Siempre se han acalorado en la viajera noche sin destino,
Detenerme solo era ensuciarme.

¿No me viste haciendo las señas detrás del cristal?

¿Acaso las palabras siempre estuvieron de más?,

Porque solo la metódica alusión a quedar sin oxígeno era suficiente carga,
Nunca y jamás fueron exiliados,
Nunca y jamás eran la opción.
Domadora de silencios clandestinos,
Mis labios se abrían al alimento de la muerte,
Gotas cayendo dentro y fuera de la piel,

¿Acaso no advertiste que me rozaba con la pared?,

La frialdad de lo inanimado con el movimiento del cuerpo sujeto,
No puedo decir que te escuche reír o llorar,
El temor habita en los espacios vacíos,
Los pequeños,
Y se abren paso por debajo de los diminutos arcos que les abre la duda.
Me escuchaste reír y me escuchaste llorar,
Vaciar
Y surgir desde no sé dónde,

¿Acaso no sabias que el tiempo viene y quiere más?

(El tiempo viene y quiere más…)