¡Desgraciado tal vez el hombre, pero afortunado el artista desgarrado por el deseo!

Ardiendo estoy por pintar a la que en tan escasas ocasiones se me apareció para huir rápidamente.

Es bella y más que bella: es sorprendente. Lo negro en ella rebosa; y es nocturno y profundo cuanto inspira. sus ojos son dos astros en los que brilla ambiguamente el misterio, y su mirada ilumina como el relámpago: es un estallido en la tinieblas.

La compararía a un sol negro si se pudiese imaginar un astro negro capaz de emanar luz y felicidad. Pero hace pensar más en la luna, que sin duda la marcó con su temible influjo; no en la luna blanca de los idilios, parecida a una novia fría, sino en la luna perversa y embriagadora, colgada del fondo de una noche tormentosa y atropellada por nubes violentas; no en la luna discreta y tranquila, visitadora del sueño de los hombres inocentes, sino en la luna arrancada del cielo, derrotada y rebelde, a la que los brujos tesalios obligan a bailar sobre la hierba aterrorizada.

En su estrecha frente habita la voluntad firme (...). Sin embargo, en la parte baja de ese rostro inquietante, donde las móviles aletas de la nariz aspiran lo misterioso y lo imposible, estalla con gracia inconcedible, la risa de una boca enorme, roja y blanca y deliciosa, que hace soñar el milagro de una soberbia flor abierta, en un terreno volcánico.

Hay mujeres que infunden deseos de derrotarlas y gozarlas, esta mujer transmite el deseo de morir pausadamente ante sus ojos.

(Charles Baudelaire)
Qué para no desalentarse.
Para velar el fuego sin que se extinga, sin que devore.
para un tumulto de impaciencia se envaine en la
precisión del tiempo,
el dolor parta su ímpertu en amaestradas pulsaciones
y en la impasibilidad de una máscara se funda,
solemne,
el desengaño.
Qué hacer para no olvidar sin sucumbir,
para que no prevalezca la constancia a expensas de un
obstinado y patético combate.

(Ana Rosetti)

El Ojo

Fue el día que salió el sol y entró de repente importunando el ojo adherido a una vieja ceguera. Un día murió abierto a los rescates de la sanación, había dejado el libro abierto en una página inconclusa. Se levantaron las cortinas, el ojo inmóvil enmudeció ante la catástrofe, asumió seguro la claridad irremediable y fue ese día que se formó el caparazón de virutas frente a la puerta que dejaba entrar su transparente claridad obsena, su desnudez, sus pestañas se esparcieron como un cadáver aún tibio, dentro, la grieta llena de carne y agua. Dolorosa la luz en sus venas iba rompiendo. Absorto y trepidante miraba al techo, la oscuridad había dejado una herida en la sombra, y estuvo lleno de miedo, angustiado como un muerto resucitado. La mirada no acompaña la palabra, la soledad es un parpadeo lleno de cosas que no había visto aún, manchas oscuras del delirio, presentimiento de lo inexistente...

María Antonia Segarra

saxO

Moriré en silencio con una sonrisa tímida,

Con los ojos mojados y fijos mirando al quicio de la pared.

Habrá un silencio que se cuajará en la pintura de los cuadros.

Moriré con las manos abiertas y

Transitadas por el otoño lento que comenzará a enfriar mi carne.

El cielo color azufre quedará desconocido y uniforme bajo mis pies,

Moriré, porque habré vivido en el borde del agua,

Decidida como la ventolera que viene del deep ocean llenando de salitre

Lo que soy y fui, sin la tormentosa queja de no ver tus ojos…

Veré mis huesos blanquearse y descubiertos;

Moriré mirando la nada,

Al fin! miraré su cara hundida al medio, en la pared!