Fue el día que salió el sol y entró de repente importunando el ojo adherido a una vieja ceguera. Un día murió abierto a los rescates de la sanación, había dejado el libro abierto en una página inconclusa. Se levantaron las cortinas, el ojo inmóvil enmudeció ante la catástrofe, asumió seguro la claridad irremediable y fue ese día que se formó el caparazón de virutas frente a la puerta que dejaba entrar su transparente claridad obsena, su desnudez, sus pestañas se esparcieron como un cadáver aún tibio, dentro, la grieta llena de carne y agua. Dolorosa la luz en sus venas iba rompiendo. Absorto y trepidante miraba al techo, la oscuridad había dejado una herida en la sombra, y estuvo lleno de miedo, angustiado como un muerto resucitado. La mirada no acompaña la palabra, la soledad es un parpadeo lleno de cosas que no había visto aún, manchas oscuras del delirio, presentimiento de lo inexistente...
María Antonia Segarra
María Antonia Segarra