Ganas...

Él ahuyenta el eco de las voces nocturnas que me cantan,

como en la cuna,

las melodías eclesiásticas del río,

un remolino que desata los lazos rojos del tejado

y deja trenzados en mi, la piel tejida de sus dedos…

ni la lluvia, ni el maravilloso espejismo de la noche me advierten del mundo.

A veces quedo descalza sobre su cuerpo tibio,

enterrándome su piel en los dedos

y ausente,

con los ojos ausentes,

con el inmóvil labio, ausente

cuando en el despeño de la noche suelen escucharse los gemidos de la calle,

y yo solitaria de todos las oraciones,

quebrantada de todos los huesos,

como una taumaturga con las sábanas vacías,

caigo arrodillada ante su fiel ángel guerrero… pidiendo justicia.

Otra veces,

corro tras el ave que abandona la vida y renace en su vuelo,

marchito, arrepentido de estar vivo,

pero volando a Dios sabe dónde,

así frente a la inmensa espera,

alagada por el mundo y su manifestación siniestra,

te imploro que devuelvas a mi el silencio del agua oculta de su boca,

ese caldo espeso en el que me convierto al pensarle…

y rotas las rodillas, auguran la esperanza del oido,

aunque muera oliéndole las paredes al infierno…


María Antonia Segarra