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Yo te veo caminar hacia mi,
pero no eres tú quien camina,
soy yo quien camina,
tú puedes conceder,
has podido concederme,
tú no lo sabes,
lo inventas,
la piedra ronda alrededor de los ojos,
en el silbido de tu aliento hay cantos cansados de eternidad,
pero vienes,
al cuerpo de la que muere
y te mira de lejos,
ella en sus pasos y en tus andanzas de hombre mártir y verdugo,
la muerte se piensa en el estrecho pasillo,
de la nada ha salido la oquedad del mundo,
el alear de los moribundos,
tus ojos clavados en mi.
Vengo a mojarme de las aguas que lavan las mentes,
los bosques, donde hay manchas de los cuerpos perdidos.
Y te veo caminar hacia mi,
pies mios,
diminuto cuerpo en el trapecio,
el viento hace trepidar los labios vacilantes,
un viento frio que parte la carne en dos,
rescoldo del tiempo,
tu beso recuerda los antepasados,
cuando cerraban los ojos al besar,
araña de muerte,
pasado desconocido y desierto,
perpleja frente al portal
y los zapatos llenos de lágrimas,
mi amado viene hacia la sombra,
y el cuerpo a quien llega...huye, huye,
espanta las visiones que reptan entre uno y otro paso,
y se desliza y tieso se derrite como una vela.

La sombra bajo la lluvia,
sola,
la sombra en los escombros,
sepultada,
la sombra sostenida de manos y pies,
inmovilizada la sombra,
la sombra que no ve ni se extiende más en el muro,
cuerpo y sombra sumidos en la espera de los pasos,
cuerpo y sombra separados por el mundo,
la muerte del cuerpo, lo vela la sombra...

(Maria Antonia Segarra)