Yo sé de los nacimientos en la tierra a viva carne, cuando el viento evoca sus principios encima de las montañas quietas, yo he lavado mis ojos con sangre frente a una ausencia que duele, quebrar la noche entre los cuartos y beber lentamente la vida para seguir, yo he vivido el infierno desnuda, con las manos separadas y el torso cosido por los gusanos, lavado mis manos en sal y rozarme los dedos en los labios cortados, saborear cada herida que pica y grita debajo de las camas.
He sabido esconderme del miedo, cuando el cielo se despedaza y cruje como maldición sobre la tierra. Yo se odiar hasta los huesos, lastimar los embriones que sofocan la tierra en invierno, humedecer cada hora con el agua que destila la quemadura en el pecho. No hay oportunidad para repartirme entre mis crías sin haber cosechado cada cosa que pongo a sus pies, hice la cita con los justos, he acariciado el sabor del descanso, la tierra ha besado mi vientre húmedo, consumí el refugio entre mis piernas.
Pero la vida confunde, como la bendición de Dios, acuna ahora entre mis manos, como burla, la desesperación de un sentimiento que había perdido, ahora que los sauces han crecido sobre mis lágrimas, ahora, que siento el calor de la muerte.