Qué grito hostil, suele salir sin pensar de la
inutilidad de lo que no puedo detener, vengo soberaneando un camino: a mitad
río, a mitad lloro, me quejo y sobrevivo a mi propio horror del discernimiento…
quiero unos ojos así, una mirada así, un latigazo así y una piel como esa, así,
la que no me pertenece porque esta cruda y humea con frecuencia, se le escapan
a los ojos el sueño y asoma una locura súbita cuando se encuentra su muslo con
el hombro en un doblez de meterse en un sobre y enviarse a una dirección desconocida,
obvia, pero oscura, todo encaja de esta manera, una abstinencia perfecta un
desandarse de poco a poco para fluir en la nada y no saberse hasta partirse en alguna
esquina cualquiera. Pero pueden mirar
desde cualquier ángulo, pueden advertirme como alguien no grato para el mundo y
entonces… qué importa entonces, pero lo especial e ilusorio es que salga de mi
con los banderines azotándose en las escalinatas del Morro, pero lo virtuoso de
nada sirve, lo que pueda escoger un ser como yo, es invisible de nada sirve, dudo que alguien
pueda mirar lo que no ha existido nunca, un esquema en el piso de un
residencial público al que se le pisotea solo por existir. Cogerse miedo, atentarse las venas al mediodía
como un rezo.
El insípido color de lo ignorado la única fe
para abrir los ojos…