Hice todo lo que me pidieron, recé todas las oraciones, anduve en busca de los clavos y las violetas en lugares lejanos, sobre los paisajes de los montes vírgenes, escribía yo sobre él, hice todo, nadie me lo confirmó de hecho, mi sacrificio había sido suficiente para mostrar un solo lado de la cara al sol…, la frase consoladora de las sirvientas del destino, de las traductoras de susurros oscuros, ellos detenidos frente a mi, a mis ojeras, a mi noche y mi día, frente a mi ceguera habitual, la consecuencia de cada visita al hacer la misma pregunta: la respiración agitada, las manos turbulentas amasándose en los dedos, los labios secos y paralizados. Hice todo lo que me pidieron, anduve de dama y puta ante sus ojos, cambié mis ropas y erguí mis senos, demostré las letras y las altas voces con palabras elegantes, hice todo, cumplí con lo pedido y en cada visita me rodeaban viendo más de cerca mis orejas, mis vestidos, los dedos, las pestañas, el olor a roce fresco, me rondaban y me tiraban migajas a través de la voz desconocida, pero en la que confiaba más que en la de mi madre. Pero hoy, lo supe, hoy atravesé mi propia muerte y me suicidé desde mi destino, hoy volví en harapos y a media luz sobre mis hombros, hoy me rodearon igual que antes, me soplaron la sonrisa y me arrebataron la luz de los ojos, hoy hicieron volar con ellos las esperanzas de la voz extraña, hoy abalancé sobre las piedras mis dedos, la inteligencia se precipitó al mar… la verdad se hizo imagen y ya no fue necesario volver a decirlo.
María Antonia Segarra
(febrero 2010)