De nada sirve que me esconda
los andamios de la desgracia suben
a la cordillera del cuerpo, se balancean bajo
las grietas puras y esperan el derrumbamiento.
Día clausurado de mis brazos...
la procesión es lenta,
es su sangre que no alcanzo y profiero
los pliegues de mis manos inservibles,
mis ojos hundidos como fosas
bajo la máscara vacía del tiempo...
y el llanto de los niños arrumbados
pesarán como cien candados cerrados en mi vientre...
Maria Antonia Segarra