Justo yo,
tenía que reinventarme la historia con el final sabido,
con el gran abismo por delante
y lento silencio de noche...
Justo yo,
tenía que descalzarme frente a un cuerpo ajeno,
con todas las venas al aire,
profuso de interrogaciones y con las manos vacías...
Justo con mis meandros violados,
con toda la esperanza en lo imposible
y el ardor aun en el cuerpo.
A la hora de la sombra,
los amaneceres en boca y un sueño callejero sobre el pecho...
Justo yo,
tenía que beberme la sangre, sedienta
sin reconocerme en el espejo,
sin recordar la muerte...
muerte de todo aquello que siempre había estado muerto
y que aun sigue estándolo...
María Antonia Segarra