La segunda oportunidad de la primera impresión se puede balancear entre la fijación de la realidad y la coartada de lo que fue.
Aun así queda la cuerda floja bailando al viento, una coartada, podría ser, la excusa de obstruir el camino vecinal de cualquier advenimiento, no se necesitan los demás si los demás miran atrás o rayan el cuadrado espacio de la lejanía conspicua cuando el silencio solo arroja lo que nunca desmiente, la posición pasiva y tenaz de lo que roza ante los ojos y advierte un peligro inminente, pero el peligro relativamente filoso, relativamente agudo, relativamente fino, rompecabeza de cualquier paisaje en cualquier lugar que se convierte en la noche de manos escondidas aunque nadie las viera aun descubiertas, el ojo incisivo las ve, el ojo que mira hacia dentro con una resonancia hueca, ya nada necesita verse, si la ve el ojo que descansa sobre la laguna de aguas turbias y se refleja en ellas, detrás de la grieta esta el ojo, que mira desde un letargo armonioso cuando se desatan las horas pico de su lágrima. La espera junto a cualquier recuerdo que no vale la pena mencionar, una brizna de la tierra, el polvillo suave que se levanta cuando un parpadeo la azota por un instante, un acoso inmaterial, un torticero anillo que le aprieta la sien mientras intenta dormir, ahora sonríe, estira la memoria en la niñez como una manta y los ojos abiertos y pancartas de papel transparente como sus halagos de trajes en seda.
Pero solo un momento, un instante tan solo, para acercarse en el filo del abismo magistral de sus miserias y desde ahí, lacerar los afluentes de cada herida, visionar la amamantada ternura de sus días, así, en la tranquilidad de una muerte cercana...
(Maria Antonia Segarra)