Ha detenido la tarde, la marcha era lenta, levantaba el polvo, haciendo una fina niebla.
La solemnidad. A varios pasos, observaba, la brisa se acercaba en el filo de los bordes sin arreciar sobre el camino, el camino final, los pies aun escuchándose rozar la arena.
El sudor corría por los cuellos, tapados, se preguntaba por la lluvia sobre el pasto, una tierra húmeda cayendo como granizo. La niña del rostro tranquilo llevaba las rosas, su vestido era blanco como las mañanas de nieve. Era domingo, su cabeza estaba adornada por un arco de flores amarillas. Le sudaban las manos, humedecían los tallos de las rosas, ella miraba sus ojos, su rostro, tranquilo.
Van lentos por el camino, el olor a almendra aun se conserva y emana de la sombra de lo que fue. Observa de lejos, se llora así mismo, en silencio, lleva una vela encendida, la tarde se cubre de naranja, susurra el verbo de las palomas, se mira de lejos, sonríe a la niña del rostro tranquilo, se deshojan las rosas, se deshojan frente al tiempo.
Va cayendo la tierra seca, el silencio recrea la profundidad del hueco….